Mi primer proyecto “La Vaina” de Torrejón 28850
En los últimos coleteos de vacaciones, he optado por pasar el rato dando un vuelta en moto por el municipio que fue mi cantera en el Trabajo Social, Torrejón de Ardoz, concretamente los barrios de San José, Las Fronteras y Parque Cataluña. Y cual ha sido mi sorpresa al encontrarme con el edificio de la Antigua Continental de Autobuses derribado, como si se lo hubiera tragado la tierra. No es que no fuera una posibilidad desde hace una década, pero al verlo, muchos buenos recuerdos han pasado por mi cabeza y entre ellos uno especial, el “Proyecto de Ocio Nocturno de Torrejón” que impulsamos mi compañera y yo en 2007.
Por aquel entonces comenzábamos nueva andadura en agosto como educadores de calle nocturnos, “Linces Conciliadores”. Su nombre original era Búhos Conciliadores, mi anterior trabajo en Ciudad Lineal, pero las nuevas lineas de autobús forzaron nuestro cambio de denominación, en fin.
Desde el primer día se convirtió en un trabajo emocionante, con muy buen recibimiento por parte de los vecinos del municipio, especialmente los jóvenes de los barrios más castigados que antes he mencionado. Les sorprendía que 1 chico y una chica jóvenes y especialmente blancos recorrieran las calles más oscuras y de peor fama del municipio hasta las 2 de la madrugada. Y especialmente acercándose a hablar con los grupos que normalmente generan cambios de acera.
Era curioso ver, como al acercarnos, no sin cierto “respeto”, lo primero que hacían era esconder el alcohol y a su amiga María. Como educadores de calle nos dio una coletilla para las presentaciones, “podéis sacar todo otra vez chicos, no somos policías”.
Era increíble ver la cantidad de gente que encontrábamos por las calles en pleno agosto, y es que, en especial en los aledaños de la Renfe, en el barrio de San José, las vacaciones se pasaban en la street. Se respiraba ese aire neoyorkino, heredero de los ausentes padres que ocupaban filas en la base Americana, con sus pantalones anchos, gorras ladeadas y en definitiva, esa cultura urbana que se respira en las calles Torrejoneras.
Se respiraba ese aire neoyorkino, heredero de los ausentes padres que ocupaban filas en la base AmericanaLas pandillas, fascinantemente interculturales, se distribuían por los barrios, dejando su huella en bancos, baldosas y paredes. Lanzando sus rimas a ritmo de 8×8 en las calles más escondidas. Mientras cruzando la avenida, en el barrio de las Fronteras, se arremolinaban al sonido de la guitarra y el cajón, las familias de gitanos a la salida del culto.
En los 2 primeros meses de trabajo la demanda juvenil fue unívoca, OCIO. No tenían un espacio al que acudir, no había mayores entretenimientos que estar en la calle. Y de igual forma, definían pequeñas propuestas como rapeaderos, talleres de rap y breakdance, conciertos. En definitiva, reclamaban la atención municipal de fomentar el famoso ocio saludable. (Por supuesto también allí había Tarde +Joven, pero ya sabemos…).
Al transmitir al ayuntamiento las inquietudes de los jóvenes nos solicitaron la redacción de un proyecto. Aquí se requiere un apunte de contexto, en el ayuntamiento acababa de entrar el Partido Popular, tras más de 20 años en la oposición y tocaba tirar la casa por la ventana. Y así fue. En paralelo, mediamos con un grupo de skaters del barrio del Castillo que tenían un proyecto para la construcción de un Skate Park y al poco tiempo estuvo construido por juventud. Que por cierto ni siquiera se nos mencionó, ni invitó a la mesa de diálogo, debe ser que el concejal de juventud se pateaba el barrio para localizar a los jóvenes.
Volviendo al Ocio Nocturno, entregamos el proyecto a la Concejalía de Bienestar Social, y a los 15 días estaba entrevistando monitores para armar el primer equipo del programa de Ocio Nocturno en Torrejón, con 4 monitores los viernes y sábados por la noche.
La idea original, desarrollaba las actividades en parques y zonas abiertas. El primer día, el que suscribe y una monitora quedaron con los primeros chavales en un parque del municipio. Cual fue nuestra sorpresa, que tras correr la voz, nos vimos “rodeados” de unos 80 jóvenes, en su mayoría africanos, sin más que un radioCD a pilas y una voz temblorosa. Uno de los chavales había compartido el evento como un encuentro de hip-hop, ya que contactamos con dj´s y n´syncs, sin quererlo, habíamos convocado un macrobotellón, que por concurrencias del destino, cuando empezó a disolverse acabo con un enfrentamiento con otro grupo y la aparición de la policía.
Al menos, pudimos hablar con los grupos y explicarles el proyecto, el que había surgido de sus propuestas, no sin ciertos recelos, finalmente la conversación en “asamblea” caló, y teníamos la materia prima para comenzar.
Un elemento clave de inicio era la contratación de jóvenes del propio barrio, lideres naturales que favorecieran una cercanía al proyecto. Y así lo hicimos, contando con el que fue uno de los mejores monitores de calle que he contado en un equipo, Leo.
Tras la primera experiencia y llegando el frío, la conclusión fue clara, requeríamos de un espacio cerrado y amplio, y en ese debate finalmente nos cedieron el uso del antiguo local de la Continental de Autobuses.
Sin otros medios, aquí es donde maduramos el concepto de autogestión, en un antiguo local destinado a los pasajeros de la Continental de autobuses, donde podían comprar sus billetes y tomar un café para amenizar la espera. Más de 40 jóvenes de entre 16 (oficialmente) y 30 años, en ocasiones más de 100 pasaban las noches de viernes y sábado en el espacio. El equipo de música lo facilitó uno de los participantes, lo montaban y desmontaban, hacían de dj, controlaban los tiempos de actuaciones, invitaban a grupos, daban clases entre sí de baile, breakdance o rimas, u organizaban cenas comunitarias.
Semana a semana se fue generando un clima sano y de confianza que nos permitió conocer realmente la interacción grupal y las historias de vida de los jóvenes. En este escenario pudimos fascinarnos y al tiempo sentir vértigo de las realidades que vivían muchos de los y las participantes.
Por consenso y asamblea con los/as educadores/as definían las normas básicas que regían el comportamiento en el local, respeto, no consumos, turnos de palabra o actividad, organización de la planificación, todo se decidía de forma colaborativa y asamblearia. Y entre los propios jóvenes, comenzó a brotar un sentimiento de pertenencia que les llevaba a responsabilizarse de transmitir la “filosofía” del proyecto a los recién llegados, garantizar las normas entre pares y en definitiva a “cuidar” de su espacio.
Un alto porcentaje de los participantes era de origen subsahariano, seguido de latino americanos – Peruanos, colombianos y ecuatorianos sobretodo -, bastantes de origen rumano y búlgaro, y en menor medida marroquíes. Los y las jóvenes autóctonos también eran numerosos – eran pocos los jóvenes nacidos en España de padres migrantes en ese momento, pero muchos los frutos de la base americana – y bastantes de etnia gitana. Este fue uno de los aspectos ya mencionados que me sedujo de Torrejón, la naturalidad con la que se fusionaban los grupos, donde les unía un contexto y no les separaba un color –Curiosamente estaba bastante superada la barrera cultural, aspecto positivo para avanzar en la intervención con los jóvenes –
Al empezar a abrirse con los educadores brotaron los nexos que les aglutinaban, procesos migratorios traumáticos, situaciones de pobreza, violencia intrafamiliar, la barrera del idioma, carencia de estudios o analfabetismo, falta de documentación en regla, deudas, consumos de alcohol y drogas, violencia de género o violencia juvenil vinculada a pandillas juveniles entre otros factores de exclusión. Pronto nos vimos casi superados por la magnitud de “casos” que comenzamos a derivar a Servicios Sociales – bienestar social en este caso-, que requerían de acompañamientos.
“La Vaina”-como por consenso bautizaron al local del proyecto- comenzó a ser algo más que un espacio de ocio y entretenimiento, se transformo en un lugar de referencia del municipio. Comenzamos a organizar días temáticos con las visitas de abogados especializados en extranjería, charlas y debates sobre sexo, consumo de drogas o alcohol, etc. Acciones socioeducativas demandadas por los y las participantes.
Los jóvenes, encontraron un espacio de relación entre iguales, de mediación de conflictos entre grupos y personas, de apoyo y socialización para los recién llegados, de atención para los que necesitaban algún recurso, o un referente adulto con el que compartir ciertas inquietudes.
Hoy, paseando por la Avenida de las Fronteras, no queda ni rastro del local que vio nacer este proyecto y fue mi escuela de Trabajo Social, pero espero siga en las retinas de la gentes del municipio, y en los corazones de los que allí hicieron posible una gran familia.
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